En mis clases puedo notar cuando crece o decae en mis alumnos el nivel de asimilación de lo que estoy explicando. No es una ciencia exacta porque todos tenemos formas ligeramente distintas de manifestar nuestros procesos de aprendizaje. Pero tal como con los adultos, con niños y niñas de siete años o con chavales/as de dieciocho, la clave está en la atención.

A menudo esa atención se expresa en el contacto visual conmigo. Otras veces noto que determinados alumnos no me miran, pero me siguen. Algo en su modo de dibujar en el cuaderno mientras me escuchan delata que su canal está abierto. Otros, en cambio, dejan claro que están presentes físicamente, pero mentalmente ausentes, en paradero desconocido.

La atención no es una commodity que cotiza en los mercados internacionales, pero casi. Las mayores empresas del mundo han crecido a lo más alto de la pirámide comercial optimizando sus métodos para captar y retener lo más posible nuestra atención. Desde Mark Zuckerberg hasta cualquier anunciante de pueblo, todos saben que lo más valioso es captar nuestro interés.

En el caso de atrapar la atención de los niños en general, los adultos lo tenemos cada vez más difícil. Mi explicación sobre cualquier tema, ya sea en el cole o en casa, nunca será tan divertida como un video de TikTok o tan hechizante como deslizar el índice por el infinito manantial de imágenes de Instagram.

Y esto tiene consecuencias tanto en mis métodos de pedagogía como en la capacidad de concentración de los jóvenes. Porque una cosa es dirigir la atención de forma activa con la intención de asimilar un aprendizaje y otra muy distinta es abrir el canal de forma pasiva con el objeto de consumir espectáculo y entretenimiento.

La atención al servicio del aprendizaje es el santo grial de la enseñanza. Cuando yo recibo la atención de los niños y las niñas y siento esa vibración en la tripa que me dice que estamos conectados, todo parece posible. Ese momento de fluidez en el intercambio, en el que yo doy y recibo en una reciprocidad sin métrica, sucede gracias a la atención. Y la atención se educa desde el primer día.

José Bercetche

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